“Él corría, nunca le enseñaron a andar.
Ella huía de espejismos y horas de más.”
Hoy salí al
balcón a fumarme un cigarrillo.
Mientras
exhalaba el humo de una de las caladas, me di cuenta de que le necesitaba más
que al respirar.
Sin saber
cómo ni por qué, aquella calada abrió en mí un fuerte pensamiento: De repente
me sentía como aquel cigarro.
Él me había
encendido y quería que me disfrutara hasta consumirme, que con cada roce de sus
labios sintiera que una parte de mí se iba con él.
Me di
cuenta de que, si él no estaba, solo quedarían cenizas.
Seguí
absorta en mis pensamientos y entonces, sentí miedo.
Miedo de
quedar igualmente reducida a cenizas. De que como el humo del cigarro
apoyado en el cenicero, mi esencia, mis sentimientos por él, quedaran también suspendidos
en el aire, sin rumbo, sin un cuerpo en el que descansar.
Cuando
menos lo espero, me derrumbo en pedacitos sin motivo aparente.
Me asaltan
las dudas, las inseguridades.
Ahora
quiero hablar con él, y huyo, como siempre he hecho. Mi voz me la juega y me
abandona.
Tengo miedo
porque a veces siento que me pierdo en él.
Porque me
embelesa con cada uno de sus rasgos…
Con su
mirada esmeralda y sus tiernos labios.
Su
brillante flequillo rebelde.
Sus fuertes
brazos y sus manos masculinas.
Su depurada
espalda y sus contorneadas piernas.
Su piel
color canela y su dulce tacto.
Porque sí,
Él es perfecto.
Perfecto en
cada uno de sus moldes, en cada cicatriz que marca una etapa de su vida… mientras
que yo solo me siento como una maraña de pequeños desastres a la que le aterra no ser suficiente.
Tengo miedo
porque me veo en sus ojos, atrapada dentro de él y sin querer salir.
Todas las
noches pienso que me encantaría dormir con él al lado.
Que odio la
soledad de mi cintura sin sus brazos alrededor.
Que ojalá levantarme
a la mañana siguiente para acariciarle suavemente el rostro hasta que abriera
los ojos y susurrarle: “Buenos días, mi mundo acaba de despertar.”
Me gustaría
gritarle que le quiero.
Que es la
persona que siempre había esperado conocer.
Me gustaría
decirle que, cuando ya perdí toda esperanza, apareció él, de la nada, con su
embaucador encanto… y que me dejé arrastrar por su fresca marea.
Me gustaría
decirle que muero con cada uno de sus besos, cálidos como ninguno.
Que adoro
sus labios rozando los míos, con esa ardiente avidez de fundirnos en uno.
Que me embriaga
la afabilidad de sus besos tiernos en la mejilla que me hacen sentir tan
pequeña.
Que me
encanta deleitarme entre sus brazos, regodearme en ellos.
Que solo
siento paz cuando me acuesto sobre su pecho.
Que me
deslumbra cada día un poco más, encaprichándome de todas sus maneras.
Que le
deseo irrefrenablemente.
Que solo escuchando su voz siento unas ganas que me
hacen querer gritar.
Que los sentimientos me oprimen el pecho, se arremolinan
en él y no saben cómo salir.
Que cuando
aparta suavemente el pelo de mi cara y me besa, siento un escalofrío por todo
el cuerpo.
Que cuando
me toca, la espalda se me arquea suavemente y los gemidos ahogados suspiran en
mi garganta.
Que le
busco desesperadamente todos los días y cuando no le encuentro siento que me
muero.
Que
prefiero ser una loca enamorada a estar cuerda y vacía.
Que sí, me
enamoro cada día un poco más de él.
Que ninguna
discusión evita que lo que siento siga creciendo.
Que tengo
miedo.
Me gustaría
decirle que hoy salí al balcón a fumarme un cigarrillo, y al final fue él quien
me consumió a mí.
-F-