Corazas. De aquellas armadas con lágrimas, esas que prometimos no derramar jamás. Corazas que creemos impenetrables y que sin embargo tienen mil puntos ciegos. Corazas que se derrumban con el tacto de una pluma. Tan duras por fuera y tan débiles por dentro.
Y para qué construirlas si son todo fachada? Porque no protegen, esconden. No son corazas, sino guaridas. Pequeños rincones donde el perro puede lamerse tranquilo las heridas mientras ofrece al mundo la más falsa de las sonrisas.
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