Quería dejarse llevar. Pero esta vez, era diferente. Esta vez, no quería dejarse arrastrar por alguien… quería dejarse llevar por ella misma, sucumbir a sus pasiones, invocar el desenfreno.
Se sentó en el borde de la cama y mirando el pequeño espejo que tenía en frente, se vio. Vio a través de ella, de sus ojos. Vio un brillo especial, y una pícara sonrisa se esbozó en su cálido rostro. Comenzó a seguir los contornos de su fino mentón con la yema de su dedo. Después recorrió el cuello y de ahí, se regodeo en su marcada clavícula, que tan femenina le parecía. Siguiendo a esta, dio con la pequeña tira de su camisón. La empujó con su dedo suavemente dejando que acariciara su hombro hasta que se deslizara sola por él, sintiendo el tacto de la seda. Repitió lo mismo con la otra tira, hasta que el camisón resbaló y quedó arraigado en su cintura. Seguía mirándose en aquel espejo, observando ahora sus pequeños y firmes senos. Los acarició dibujando un círculo alrededor de su aureola, sonrosada al ver que la miraban. Contorneó su cintura y suavemente, cerró los ojos. Inclinó su cabeza hacia detrás, dejando erguido su cuello, cual cisne, y dejó entonces que su cuerpo se desplomara suavemente en la cama hasta quedar totalmente recostada en ella.
El camisón quedó entonces enredado en sus caderas. Sus manos siguieron recorriendo su cuerpo, esquivando el camisón y remangándolo aun más para dejar al descubierto sus cálidos muslos. Sus dedos reconocían aquellos muslos, y sabían perfectamente el camino que debían seguir. Con delicadeza, se deshizo de toda su lencería, incluido el camisón, dejando entonces todo su cuerpo completamente al descubierto, iluminado por los suaves rayos que se colaban entre las cortinas. Sus ojos seguían cerrados, interiorizando todas y cada una de sus sensaciones, guardándolas para sí. Posó entonces sus dedos en el monte Venus, y regodeándose en la belleza de la mismísima diosa, recordando lo que es ser mujer, dejó que sus dedos bajaran cada vez más, introduciéndose en lo más profundo de su ser.
Se movían respondiendo al ritmo de su respiración, cada vez más acelerada, deseosa de mil impulsos, hasta que por fin, quedó fuera de sí. Sintió como su vientre se contraía y su espalda se arqueaba azarosa, marcando un puente que guiaba el camino de su orgasmo, desde las intimidades de sí misma hasta romper el silencio que parecía callar al mundo. Dejo escapar sus gemidos que antes eran ahogados, gritando al mundo que se quería, se quería como nunca nadie lo había hecho.
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